Llevo varios días sacando el coche y al abrir la reja me
percato que hay una telaraña justo en el paso de mis manos para abrir el
candado. La retiro y saco el coche.
A la mañana siguiente vuelvo y está, como si nada, una nueva
telaraña muy parecida a la que vencí el día anterior. Hago lo mismo.
Dicho acto se convirtió en una rutina diaria donde me veía obligado
a deshacer la gran obra de una araña anónima, sin embargo hubo un día en el que
llegué dispuesto a retirar la telaraña cuando dicha mañana no estaba en el
lugar habitual sino a un lado. Podía introducir mi mano para abrir la puerta
sin necesidad de retirar la obra de arte de esta amiga. Me reí para mis
adentros, por alguna razón la araña había cambiado su paradigma y, sin querer, el
mío, logrando ella captar comida con su red y yo saliendo victorioso sin restos
de sí en mi mano.
Al final la gran conclusión con “mi amiga la araña”, pensé, era
muy evidente: yo vencía día con día la telaraña y a la mañana siguiente ésta
volvía a estar ahí. Había sin duda una gran autora detrás. No cabe duda, la
perseverancia, el pararse cuando hemos caído –o nos quieren hacer caer como yo
a la araña- es un hábito exclusivo de algunos. Todos deberíamos ser más arañas
de vez en cuando, sería una buena forma de comenzar cada día.
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